Autora: Psic. Jusnery Rujano
Resumen
El campo de la educación, actualmente, se enfrenta a la presencia de una amplia diversidad de estudiantes, lo cual se refleja, mayormente, en su forma de aprender, proceso que se ve influido por la relación entre aspectos cognitivos, emocionales y conductuales. El presente artículo pone de manifiesto que una habilidad como la atención, se encuentra ampliamente relacionada con la emoción y motivación, desde un punto de vista neurológico y práctico. Esto puede convertirse en una oportunidad y un reto para el docente, quien se ve en la necesidad de ahondar más allá de lo obvio para descubrir y desarrollar nuevas posibilidades de enseñanza que tomen en cuenta aspectos como la expresión emocional, variedad de estímulos, estrategias motivadoras y otros que le permitan llevar a cabo su labor desde una perspectiva integral. Finalmente, se presentan algunas consideraciones para poner en práctica.
Es común escuchar a diario frases o expresiones que refieren el hecho de atender o prestar atención, más aun en el campo educativo. Y es que se trata de una de las funciones cognitivas superiores más importantes y quizá de las más utilizadas en la vida diaria, ya que resulta crucial en el procesamiento de la información y, por tanto, del aprendizaje. El proceso de atención es diverso, se encuentran distintas formas de atender y variaciones respecto a lo que se presta atención y con qué continuidad y funcionalidad se hace; actualmente se sabe incluso que en el desarrollo de este proceso pueden influir diferentes aspectos de acuerdo a cada persona, su edad, su funcionamiento neurológico, y otros más complejos como la crianza, la calidad de las relaciones afectivas, creencias, intereses, cultura, entre otros.
Esto no escapa de la realidad dentro de las aulas escolares, donde es común encontrar una amplia diversidad de niños, no sólo en relación al desarrollo de su atención y aprendizaje, sino también en aspectos como su personalidad, comportamiento y emocionalidad. De acuerdo con Ibarrola (2013), los profesores suelen catalogar a sus estudiantes dentro de tres subgrupos; el primero, conformado por aquellos niños que prestan atención a su clase, comprenden sus explicaciones, suelen participar y realizan sus tareas, los que se portan bien y son “buenos alumnos”; en el segundo grupo se encuentran los niños que les cuesta aprender y prestar atención, y no entienden lo que se explica de la misma forma que sus compañeros, estos, probablemente son los alumnos con necesidades educativas especiales quienes requieren apoyos específicos. Y por último, en el tercer subgrupo, se ubica a los niños que no comprenden y no prestan atención, simplemente porque “no quieren”, no llevan las tareas, están en el aula obligados y oyen pero muchas veces no escuchan, parece que no tienen ningún interés en aprender lo que sus docentes les quieren enseñar, los “malos estudiantes”.
Frente a esta clasificación, que de acuerdo con la autora suele adoptarse por los docentes, puede surgir la interrogante ¿realmente tenemos estudiantes buenos, regulares y malos, atentos e inatentos? o, tal vez se obvia el hecho de que todos son diferentes, en sus intereses, motivaciones, niveles de atención y por tanto en su proceso de aprendizaje. Sin duda, si se entra a un aula, se puede encontrar que cada niño tiene sus propios intereses: lo que puede resultar curioso para uno tal vez no lo sea para otro. Aunque en un principio es involuntario e instintivo, el proceso de la atención puede ser entrenado, como también las capacidades de autocontrol y automotivación, propias del desarrollo de la inteligencia emocional, y las cuales no pueden estar alejadas de lo que los niños aprenden en la escuela.
Partiendo de esto, se considera parte de la labor docente, intentar ver más allá de lo obvio y entender el aprendizaje de sus estudiantes desde diferentes perspectivas, valorando cómo piensan, qué sienten y qué los motiva, lo que le permita desde su posición de educador innovar y crear alternativas que capten la atención de la mayoría de sus estudiantes, así como incluir en su planificación nociones de educación emocional tomándola en cuenta como primordial dentro del crecimiento humano. En ocasiones, tal vez los esfuerzos no sean suficientes para llegar a algunos estudiantes, ya que también influirá en gran medida la propia disposición y características personales. En este caso, la estimulación de la capacidad de automotivación y otras habilidades emocionales “dota al estudiante de armas para afrontar situaciones poco motivadoras, dominando la tentación natural de distraerse y manteniendo un buen nivel de atención” (Subirats, 2006, p. 13).
Es así como surge la necesidad de considerar, estudiar y analizar cómo se da el proceso de la atención y cuál es su relación con la emoción y la motivación en los estudiantes, para así proponer pautas o estrategias de enseñanza aprendizaje que tomen en cuenta estos aspectos.
La atención
La atención se considera una capacidad cognitiva que permite seleccionar un estímulo del ambiente o propio de uno mismo y atenderlo en forma completa o parcial. Se encuentra relacionada con múltiples funciones cognitivas involucradas íntimamente en el proceso de aprendizaje, entre estas, la senso percepción: los sentidos captan la información que viene a través de estímulos externos, lo cual es involuntario en un principio; luego se hará necesario indiscutiblemente tener una razón o un motivo para mantener la atención en él, ignorando cualquier otro estímulo que se presente, lo que lleva a una importante relación con aspectos afectivos y motivacionales. (Posner y Dehaene, 1994)
Para comprender esta relación, es oportuno conocer aspectos relevantes al funcionamiento del cerebro, ya que muchas de las particularidades de los niños mientras aprenden (en lo cognitivo, emocional y conductual) se explican a través de él. En este sentido, es importante recordar que los procesos cognitivos no van separados de las emociones, de hecho, se encuentran significativamente relacionados desde el punto de vista neurológico. Posner y Dehaene (1994) explican que la atención, aun teniendo asiento anatómico en la corteza prefrontal del cerebro, se encuentra conectada con una extensa cantidad de fibras nerviosas con estructuras del sistema límbico, como la amígdala y el cíngulo anterior, responsables de la motivación, el procesamiento emocional, el libre albedrio, entre otras.
De igual manera, tanto emociones como sentimientos, pueden fomentar el aprendizaje al intensificar la actividad de las redes neuronales y reforzar las conexiones sinápticas, por tanto la emoción y motivación dirigen el sistema de atención, que decide qué informaciones se archivan en los circuitos neuronales y, por tanto, se aprenden (Ibarrola, 2013). Es así, que no resulta extraño que se preste mayor atención a aquello que nos hace sentir alguna emoción, mayormente positiva, o por otro lado, a aquello que nos motiva.
Algunos estudios, como el de Huéscar (2009) demuestran que efectivamente, las diferencias individuales en temperamento parecen estar muy vinculadas al desarrollo de la capacidad de la atención conjunta en los niños, sobre todo, los perfiles temperamentales que incluyen la dimensión Emocionalidad Positiva, concluyendo la importancia de la autorregulación y las diferentes rutas que el desarrollo de la atención puede tener cuando se combina con la afectividad positiva o con la negativa.
Por su parte, Posner y Dehaene (1994) explican que tanto la emoción como la motivación son elementos determinantes de la atención, es así que un estado de alta motivación e interés “ajusta nuestro foco atencional, limitando la capacidad de atención dividida, así como el tono afectivo de los estímulos que nos llegan y nuestros sentimientos hacia ellos llevan a determinar cuál va a ser nuestro foco de atención prioritario”. En palabras de Mendoza, Terranova, Zambrano y Macías (2014) “Al combinar la motivación (deseo de querer hacer algo) con las emociones (fuerza interior para moverse hacia algo o alejarse de ello), surge un tercer factor, el interés”. (p. 25).
Se puede decir entonces, que en diferentes situaciones de vida, especialmente en el aprendizaje, se busca dar un cierre y término a una actividad que genera interés y nos hace sentir bien con nosotros mismos. Esto no es ajeno a los niños en su proceso de escolarización, el hecho de sentirse cómodo y conectado afectivamente con una actividad, así como tener una sensación de logro frente a esta probablemente aumente su motivación para realizar sus tareas escolares, y sin duda su atención se centrará en esto, trayendo consigo probablemente un mejor rendimiento y bienestar.
"Tendré que tener mucho cuidado para lograrlo, esto es todo un reto para mi" expresó un pequeño de 8 años absorto en medio de la realización de su tarea; que tal vez para un adulto o para otro compañero no representaba un gran desafío. (Experiencia de la autora de este artículo)
Entonces, ¿prestamos atención a aquello que nos reta, que nos desafía de forma amigable? Aquí se nos presenta un ejemplo de la profunda relación entre la atención y la motivación. Para el estudiante, esto fue retador en un principio porque fue de su agrado, hubo una conexión afectiva y sensación de que podía lograrlo. Al respecto, Ibarrola (2013) explica que las emociones negativas predisponen a un ambiente de evitación, mientras que las emociones positivas predisponen a la aproximación, por tanto, el reto de la educación es suscitar emociones que predispongan al aprendizaje.
En este orden de ideas, cabe decir que la internalización de estas relaciones y la comprensión de que cada niño, desde su individualidad, se motiva, se emociona y aprende de formas diferentes, puede ser el primer paso que permita a padres, educadores y adultos significativos a crear y generar contenidos y estrategias que sean atractivas y a la vez efectivas en el desarrollo de aprendizajes significativos para los niños del hoy, tanto dentro como fuera del aula.
Actualmente, se tiene acceso a una gran cantidad de información, estrategias y recursos didácticos que aúpan y facilitan el proceso de enseñanza desde un punto de vista integral. Sabemos que los humanos somos seres biopsicosociales y espirituales, por tanto el aprendizaje desde los más pequeños hasta los adultos no puede estar desligado de esto. Diversos estudios se han encargado los últimos años de demostrar la importancia de incluir conocimientos de las neurociencias, psicología, arte, lúdica, espiritualidad y otros a la práctica educativa para apoyar el desarrollo de la atención no solo en niños con sino también en niños regulares.
Considerando los planteamientos antes realizados, surge la pregunta ¿De qué manera se puede trabajar la emoción y motivación para favorecer la atención de nuestros niños? Algunas consideraciones generales que podemos tomar en cuenta son las siguientes:
Incluir a la práctica docente algunos conocimientos claves del funcionamiento cerebral y su influencia en mucho de lo que reflejan nuestros niños, y no olvidar que su diversidad y singularidades cerebrales conllevan procesos de aprendizaje diferentes. (ver Ibarrola, 2013)
a) El sistema nervioso maneja la gran mayoría de las conductas, emociones y pensamientos que tenemos, una teoría bastante difundida que permite comprender esto es la del “cerebro triuno”, que incluye el cerebro reptil, sistema límbico y neocorteza.
b) Hay ciertos estímulos que gestionan la segregación de neurotransmisores, importantes sustancias químicas relacionadas con la felicidad, el placer, la motivación, la memoria, la actividad psicomotora, entre otras.
c) La plasticidad cerebral es un fenómeno que nos explica que ciertas funciones pueden ser entrenadas y estimuladas, ya que las conexiones del cerebro se renuevan constantemente, sobre todo en los niños.
Propiciar ambientes y procesos agradables y estimulantes que sean de apoyo para brindar una sensación de comodidad y seguridad en los niños, lo que significará una mayor disposición al aprendizaje. Establecer un equilibrio en aspectos físicos: cuida la iluminación y ventilación del espacio, ubica los recursos didácticos y mobiliario de forma armónica, favorece la colocación de los estudiantes de modo que puedan verse unos a otros, procura el uso de distintos canales para transmitir conocimientos.
Entender a la atención como una habilidad que puede ser entrenada. Buscar y aplicar ejercicios que la estimulen es crucial, en lugar de afirmar constantemente que algunos niños son simplemente inatentos y que no hay nada que hacer. Dedica al menos 5 min a diario para esto. (consulta 24 actividades para favorecer la atención).
Involucrar nociones de inteligencia emocional al proceso de enseñanza aprendizaje, no solo para quienes aprenden sino también para quienes enseñan. La vivencia, reconocimiento y manejo de las emociones deberían ser parte del proceso de planificación, ejecución y evaluación de toda clase, ya que permiten que el aprendizaje sea eficaz y significativo. (ver Goleman, 2010).
Generar situaciones y actividades de sana competitividad y desafío de acuerdo a las características de los niños. Esto puede abrir paso a un sentido de superación personal y futura capacidad de automotivación en ellos, lo cual será clave para comprender la relación entre esfuerzo y logro. Algunas opciones pueden ser: retos o desafíos semanales, economía de puntos, juego de las “marcas personales”, entre otras.
Establecer un equilibrio entre métodos y estrategias tradicionales e innovadoras, ya que la novedad alimenta la atención. Esto puede resultar necesario, útil y agradable no solo para los niños, sino también para el docente, quien se verá constantemente desafiado a dar lo mejor de sí y cruzar su zona de comodidad.
Comprender que se puede aprender y mostrar lo que se sabe de diferentes formas. Tenerlo presente es preocuparse por utilizar estrategias y medios diversos, que tomen en cuenta, no solo los distintos estilos de aprendizaje sino también, a la emoción y motivación como vínculos conectores del proceso.
Referencias Bibliográficas
Goleman, D. (2010). Inteligencia emocional. España: Kairós Editorial
Hernández, E. (2009). Relaciones entre la atención conjunta y el temperamento en la infancia. Universidad de Murcia, España. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=137561
Ibarrola, B. (2013). Aprendizaje emocionante: Neurociencia para el aula. UE: Ediciones SM.
Mendoza, F. ; Terranova, J. ; Zambrano, V. ; Macías, M. (2014). Estrategias de sensibilización y atención para la generación de interés en el aprendizaje de lengua. International Journal of Developmental and Educational Psychology, 3(1), 17-30. Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=349851785002
Posner, M. I., y Dehaene, S. (1994). Attentional networks. Trends in Neurosciences, 17(2), 75–79. Recuperado de https:// https://doi.org/10.1016/0166-2236(94)90078-7
Subirats, M. (2006). Técnicas de estudio: Como aprender a estudiar. Barcelona: Thema Equipo Editorial.